Narrar
en voz alta un relato a un niño supone una actividad de gran valor intelectual,
cognitivo y emocional, que todo padre o educador debería poner en práctica
cuanto antes. Además de todo esto, es una magnífica forma de crear complicidad
y de estrechar vínculos afectivos entre unos y otros.
Sin
duda, para muchos de nosotros el ritual de nuestros padres o abuelos de leernos
un cuento es uno de los recuerdos más entrañables de nuestra infancia.
Cuanto antes entren los libros a formar
parte de la vida de un niño, mejor. El hábito lector es imprescindible para
realizarse personal y socialmente. De ello dependerá mucho el interés de los
padres por poner libros a mano y de dar ejemplo leyendo a su vez.
Los cuentos estimulan la fantasía, la
sensibilidad, la memoria y la expresión.
Ayudan a desarrollar el lenguaje, ampliando
vocabulario, modelos expresivos nuevos y disipando dudas de construcción
gramatical, además de despertar el intelecto, aumentando la percepción y la
capacidad de comprender.
Los niños aprenden a escuchar con atención
y a ser pacientes, elementos primordiales para el aprendizaje.
Los cuentos mejoran el conocimiento
espacio-temporal (dónde y cuándo sucede, qué ocurre antes y qué después…).
Fomentan la empatía o capacidad de ponerse
en lugar del otro.
Transmiten valores como la constancia, la
amistad, la modestia, la honestidad, la lealtad, etc.
Enseñan a identificar emociones como el
miedo, el amor, la frustración, la ira, la envidia o el deseo.
El niño se identifica con personajes y situaciones
de las historias, lo cual le ayuda a afrontar retos y miedos con una visión más
amplia. Asimismo, le facilita la resolución de problemas.
Todo niño desea la atención de sus padres y
pasar tiempo con ellos, y el rato de contar un cuento incrementa la
comunicación y la confianza entre ambos, lo que a la larga también mejora la
autoestima del pequeño.
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